La escuela del tercer ciclo se encontraba en el Sur de Irlanda. Anchos campos, viñedos y robledales descendían de las verdes colinas hacia el mar. Veda Kong y Evda Nal, que habían llegado a la hora de los estudios, iban despacio por el pasillo circular que rodeaba las clases, situadas en el perímetro del redondo edificio. Como el día estaba nublado y caía una lluvia menuda, las lecciones se daban en los locales cerrados, en vez de en las praderas, al pie de los árboles, como de ordinario.

Veda Kong — que bajo la influencia del ambiente se sentía de nuevo una colegiala — se escondía a escuchar junto a las entradas, construidas, como en la mayoría de las escuelas, sin puertas, en los salientes de las paredes dispuestas en forma de bastidores de teatro. Evda Nal imitó a su amiga. Las dos mujeres se asomaban con sigilo a las clases, procurando encontrar la hija de Evda y que no las vieran.

En la primera clase advirtieron un vector, trazado con tiza azul en todo el muro y rodeado de una espiral que se enrollaba a lo largo de él. Dos sectores de la espiral estaban circundados de elipses transversales en las que había inscrito un sistema de coordenadas rectangulares.

— ¡Ya están aquí las matemáticas bipolares! — exclamó Veda con cómico espanto.

— ¡Esto es algo más! — objetó Evda —. ¡Detengámonos un minuto!

— Ahora, que ya conocemos las sombrías funciones del movimiento coclear, o espiral progresivo, que han surgido siguiendo el vector — explicaba un profesor ya entrado en años, de ojos profundos y ardientes —, pasaremos a la noción del «cálculo repagular». El nombre de este cálculo procede de una antigua palabra latina que significa «barrera», más exactamente, tránsito de una calidad a otra, tomado en su aspecto bilateral — y el profesor mostró una ancha elipse, secante de la espiral —. Dicho de otro modo, es el estudio matemático de los fenómenos de transición recíproca.

Veda Kong se ocultó tras el saliente de la pared y tiró de su amiga, agarrándola de la mano.

— ¡Esto es nuevo! Corresponde a la parte de que hablaba Ren Boz a orillas del mar.

— La, escuela siempre enseña a los alumnos lo más nuevo y rechaza de continuo lo viejo. Si la joven generación repitiese los viejos conceptos, ¿cómo podríamos asegurar un progreso rápido? Se pierde muchísimo tiempo en transmitir a los niños los conocimientos de nuestros mayores. Transcurren decenios hasta que el joven adquiere una instrucción completa y es apto para la ejecución de grandiosas empresas. Esta pulsación de las generaciones, en que se avanza un paso y se retroceden nueve décimas hasta que el nuevo relevo crece y se capacita, es para el ser humano la más dura ley biológica de la muerte y del renacer. Mucho de lo que hemos aprendido en el dominio de las matemáticas, la física y la biología ha envejecido. Otra cosa es su historia, ésa envejece más despacio, porque ella misma es viejísima.

Se asomaron a otra clase. La profesora, que estaba de espaldas a ellas, y los escolares, pendientes de la conferencia, no se dieron cuenta. Eran robustos muchachos y muchachas de diecisiete años. El carmín de sus mejillas denotaba la atención profunda con que escuchaban la lección.

— Nosotros, la humanidad, hemos pasado por las más rudas pruebas — la voz de la profesora tenía trémolos de emoción —. Y hasta el presente, lo principal de la historia que estudiamos en la escuela es el análisis de los errores de la humanidad y sus consecuencias. Hemos pasado por una complicación insoportable de la vida y los objetos de uso corriente hasta llegar a la simplificación máxima. La complicación de la existencia condujo a la simplificación de la cultura espiritual. No debe haber ninguna clase de objetos superfluos que aten al ser humano, cuyos sentimientos y percepciones son mucho más sutiles y complejos en la vida sencilla. Todo lo relativo a satisfacer las necesidades cotidianas es meditado y resuelto por las más preclaras mentes, así como los problemas más importantes de la ciencia. Hemos seguido el camino general de evolución del mundo animal, que tendía a liberar la atención mediante la automatización de los movimientos y el desarrollo de los reflejos en la actividad del sistema nervioso del organismo. La automatización de las fuerzas productivas en la sociedad ha creado un sistema reflejo análogo de dirección en la producción de carácter económico y permitido a multitud de personas dedicarse a lo que es hoy el trabajo fundamental del ser humano: las investigaciones científicas. La naturaleza nos ha dado un gran cerebro investigador, aunque al principio éste se dedicase únicamente a la búsqueda de alimentos y a la averiguación de si eran o no comibles.

— ¡Muy bien! — dijo Evda Nal en un susurro, y en aquel momento advirtió a su hija.

La muchacha, sin sospechar nada, miraba pensativa a la ondulada superficie del cristal que impedía ver el exterior.

Veda Kong, curiosa, la comparaba con la madre. Los mismos lisos cabellos, largos y negros, pero en la hija, entrelazados por un cordoncillo azul celeste y recogidos en dos grandes rodetes. Igual óvalo del rostro, que se estrechaba abajo y tenía algo de infantil a causa de la frente, demasiado ancha, y de los salientes pómulos. Una chaquetilla de seda artificial, blanca como la nieve, acentuaba el color cetrino de la piel y la intensa negrura de los ojos, cejas y pestañas. Un collar de coral grana resaltaba la originalidad indiscutible de su fisonomía.

La hija de Evda llevaba, como todos los alumnos de la clase, unos pantalones anchos y cortos que sólo se diferenciaban por unos flecos rojos a lo largo de las costuras laterales.

— Es un adorno hindú — respondió bajito Evda Nal a la sonrisa interrogante de su amiga.

Apenas ambas mujeres hubieron retrocedido al pasillo, la profesora salió de la clase.

En pos de ella salieron impetuosos algunos alumnos, entre ellos, la hija de Evda. La muchacha se paró de pronto al ver a la madre, cuyo orgullo y constante ejemplo quería imitar. Evda ignoraba que en la escuela existía un círculo de admiradores suyos que habían decidido seguir en la vida el mismo camino que la célebre psicóloga.

— ¡Mamá! — susurró la muchacha y, luego de lanzar una mirada tímida a la acompañante, se abrazó a su madre.

La profesora se detuvo y acercóse más.

— Debo informar al Consejo de la escuela — dijo, sin hacer caso del gesto de protesta de Evda Nal —. Sacaremos algún provecho de su visita.

— Mejor será que saquen ustedes provecho de ésta… — bromeó Evda, presentando a Veda Kong.

La profesora de historia se arreboló, rejuveneciéndose al instante.

— ¡Magnífico! — exclamó, procurando conservar el tono ejecutivo —. Pronto se celebrará la fiesta de la nueva promoción. De su marcha a la vida. Los consejos de Evda Nal y una breve conferencia de Veda Kong sobre las civilizaciones y razas antiguas serán un gran regalo para nuestros jóvenes. ¿Verdad que sí, Rea?

La hija de Evda palmoteo de contento. La profesora se fue, a leve paso gimnástico, a las oficinas, que se encontraban en un cuerpo del edificio, largo y recto.

— Rea, ¿quieres dejar hoy la lección laboral y dar conmigo un paseo por el jardín? — propuso Evda a su hija —. Ya no tendré tiempo de volverte a ver antes de la elección de tus «trabajos de Hércules». Y la última vez no decidimos nada en concreto…

Rea, sin decir palabra, tomó a su madre del brazo. Los estudios, en cada ciclo de la escuela, se alternaban siempre con lecciones de trabajo manual. Aquel día tocaba una de las lecciones preferidas de la muchacha: el pulido de cristales ópticos, pero ¿podía haber algo más interesante y de mayor importancia que la llegada de su madre?

Veda Kong se dirigió hacia el pequeño observatorio astronómico, que se divisaba a lo lejos, dejando solas a la madre y a la hija. Rea, apretándose cariñosa contra el robusto brazo de su madre, caminaba pensativa.

— ¿Dónde está tu pequeño Kai? — preguntó Evda, y la muchacha se puso triste.

Kai era su alumno. Los mayores frecuentaban las escuelas cercanas del primero o del segundo ciclo y cuidaban de los pequeños que habían elegido para ejercer sobre ellos su tutela. El sistema de educación completa exigía que se prestase a los maestros una ayuda también integral.

— Kai ha pasado al segundo ciclo y se ha marchado lejos. Me da tanta pena… ¿Por qué se nos traslada de un sitio a otro cada cuatro años, de ciclo en ciclo?

— ¿Tú no sabes que la psique se cansa y embota a causa de las impresiones monótonas?

— Sí, pero lo que yo no comprendo es por qué al primero de los cuatro ciclos de tres años se le denomina ciclo cero, pues en él también se realiza un importantísimo proceso de educación e instrucción de los niños de uno a cuatro años…

— Es una denominación vieja y desacertada. Sin embargo, nosotros procuramos no cambiar, salvo caso de necesidad extrema, los términos establecidos. Estos cambios siempre dan lugar a gastos innecesarios de energía humana. Y evitarlo es un deber de todos, sin excepción alguna.

— Bueno, pero la división en ciclos, en cada uno de los cuales se estudia y se vive aparte de los demás, con los continuos desplazamientos, es también un gran gasto de energías. ¿Verdad?

— Ese gasto se compensa con creces con la aguzación de las percepciones y del beneficioso efecto de la instrucción, que, de lo contrario, decaería irremisiblemente.

Vosotros, los pequeños, a medida que crecéis y recibís educación, os vais convirtiendo en seres de cualidades diferentes. La vida conjunta de grupos de distinta edad impide la debida enseñanza e irrita a los propios escolares. Nosotros hemos reducido la diferencia al mínimo, separando a los niños en cuatro ciclos, según su edad, y a pesar de ello, eso no es aún lo más perfecto… Pero hablemos primero de tus proyectos y tus cosas. Yo tendré que daros a todos una conferencia, y tal vez en ella disipe tus dudas.

Y Rea empezó a confiar a la madre los secretos de su alma con la franqueza propia de los niños de la Era del Circuito, que no habían experimentado nunca el agravio de la burla o de la incomprensión. La muchacha era la viva imagen de una juventud que no sabía aún nada de la vida, pero que estaba ya pletórica de soñadoras esperanzas. Al cumplir los diecisiete años, la joven terminaba sus estudios en la escuela e iniciaba el trienio de los «trabajos de Hércules», que realizaría entre los mayores. Después de éstos, se determinarían definitivamente sus aficiones y aptitudes. A continuación, debía cursar dos años de enseñanza superior que daban derecho a trabajar independientemente en la profesión elegida. En el transcurso de su larga vida, el hombre y la mujer adquirían cinco o seis especialidades de instrucción superior, cambiando el género de trabajo periódicamente, pero de la elección de las primeras y difíciles actividades — «los trabajos de Hércules» — dependía mucho. Por ello eran elegidos después de una cuidadosa meditación y, obligatoriamente, con la ayuda de un consejero mayor en edad.

— ¿Habéis pasado ya las pruebas psicológicas de fin de estudios? — preguntó Evda, fruncidas las cejas.

— Sí. Yo he tenido de 20 a 24 en los primeros ocho grupos; 18 y 19 en el décimo y en el trece, ¡e incluso 17 en el grupo decimoséptimo! — contestó con orgullo Rea.

— ¡Excelentes notas! — exclamó gozosa Evda —. Tienes abiertos todos los caminos.

¿No has cambiado la elección que hiciste del primero de los trabajos?

— No. Seré enfermera en la isla del Olvido, y después, todo nuestro círculo, el de tus discípulos, trabajará en el Hospital Psicológico de Jutlandia.

Evda no escatimó las bromas, de buena índole, con respecto a los psicólogos celosos, pero Rea le pidió a la madre que fuese mentor de los miembros del círculo que también debían elegir los mencionados trabajos.

— Tendré que quedarme aquí hasta el fin del permiso — dijo Evda, riendo —. ¿Y qué va a hacer Veda Kong?

Rea recordó a la acompañante de su madre.

— Es buena — dijo con seriedad la muchacha — ¡y casi tan guapa como tú!

— ¡Mucho más!

— No, yo lo sé… Y no porque tú seas mi madre — insistió Rea —. Tal vez, a primera vista, parezca más bonita que tú. Pero tú encierras una fuerza interior que Veda Kong no tiene todavía. Yo no digo que no llegue a tenerla. Cuando la tenga, entonces…

— ¿Eclipsará a tu mamá, como la luna a una estrella?

Rea negó con la cabeza.

— ¿Es que tú vas a permanecer estancada? ¡Tú irás más lejos que ella!

Evda acarició los lisos cabellos de la muchacha, observando la expresión de su rostro, alzado hacia ella.

— ¿No crees que basta ya de elogios, hijita? ¡Estamos perdiendo el tiempo!..

Entre tanto, Veda Kong caminaba despacio por una alameda, adentrándose en un bosquecillo de arces, cuyas anchas hojas húmedas susurraban. Las primeras brumas del crepúsculo intentaban alzarse del prado cercano, pero el viento las dispersaba al punto.

Veda Kong pensaba en la movilidad de la naturaleza, bajo su aparente calma, y en lo bien que se elegían siempre los lugares para la construcción de escuelas. Un aspecto importantísimo de la educación era desarrollar una aguda percepción de la naturaleza y un íntimo y sensible contacto con ella. Debilitar la atención a la naturaleza era tanto como frenar el desarrollo del ser humano, ya que éste, al perder la costumbre de observar, perdía también la facultad de sintetizar. Veda Kong meditaba sobre el arte de enseñar, la más preciada aptitud de una época en que se había comprendido al fin que la instrucción era en realidad la educación y que únicamente así se podía preparar al niño para el pedregoso camino del hombre. Claro que la base la daban las cualidades innatas, pero éstas corrían el riesgo de quedar estériles si no se modelaba hábilmente, por el maestro, el alma humana.

La sabia historiadora volvía mentalmente a los días, lejanos ya, en que ella era alumna del tercer ciclo, un ser juvenil, todo contradicciones, que ardía en deseos de sacrificarse, pero que al propio tiempo consideraba el mundo entero en dependencia exclusiva de su yo, con ese egocentrismo propio de la juventud sana. ¡Cuánto bien le habían hecho entonces los maestros! ¡Sí, en verdad no había en el mundo labor más elevada que la de ellos!

El maestro… En sus manos estaba el futuro del alumno, pues sólo con su esfuerzo se elevaba el ser humano a cada vez mayor altura y se hacía más poderoso al cumplir la más difícil de las tareas: la de vencerse a sí mismo, dominando la avidez egoísta y los desenfrenados deseos.

Veda Kong torció hacia una ensenada, bordeada de pinos, de donde llegaban voces juveniles; pronto tropezó con una decena de chiquillos, con delantales de plástico, que desbastaban afanosos un largo tronco de roble valiéndose de hachas, o sea de los mismos instrumentos inventados en las cavernas de la Edad de Piedra. Los jóvenes carpinteros saludaron respetuosos a la historiadora y le explicaron que ellos, a semejanza de los héroes de antaño, querían construir un barco sin ayuda de sierras automáticas ni de máquinas de montaje. Durante las vacaciones, harían un viaje en el barco hasta las ruinas de Cartago, acompañados de sus maestros de historia, geografía y trabajos manuales.

Después de desearle éxito en la empresa, se disponía Veda a seguir su camino, cuando se adelantó hacia ella un chico alto y esbelto, de cabellos muy rubios.

— ¿Ha venido usted con Evda Nal? Entonces, ¿me permite que le haga unas preguntas?

Veda accedió gustosa.

— Evda Nal trabaja en la Academia de las Penas y de las Alegrías. Nosotros hemos estudiado ya la organización social de nuestro planeta y de algunos otros mundos, pero todavía no nos han explicado la que hace referencia a esa academia.

Veda les habló de los grandes estudios acerca de la sociedad realizados por aquella institución: el cómputo de las penas y alegrías en la vida de los seres humanos, clasificándolas por grupos en consonancia con la edad. Luego, siguió el análisis de los cambios producidos en ellas con arreglo a las etapas de evolución de la humanidad. Y cualquiera que fuese la índole de los distintos gozos y aflicciones, los balances masivos — hechos según el método de grandes cifras — revelaban importantes leyes reguladoras.

Los Consejos que dirigían el desarrollo de la sociedad procuraban siempre conseguir los mejores resultados. Y sólo cuando las alegrías aumentaban o se equilibraban con las penas, se consideraba que la evolución de la sociedad marchaba bien.

— Por lo tanto, ¿la Academia de las Penas y de las Alegrías es la más importante? — preguntó otro muchachito de mirada arrogante y audaz.

Los demás rieron, y el primer interlocutor de Veda Kong aclaró:

— Oí busca siempre la supremacía. Y sueña con los grandes jefes del pasado.

— Peligroso camino — repuso Veda sonriendo —. Como historiadora, puedo deciros que esos grandes jefes eran los hombres más trabados y menos independientes de la Tierra.

— ¿Estaban trabados por el condicionamiento de sus acciones? — preguntó el chico rubio.

— Precisamente. Pero eso ocurría en las antiguas sociedades de la Era del Mundo Desunido y en otras anteriores, que se desarrollaban de un modo desigual y espontáneo.

Ahora la supremacía no existe, porque la actuación de cada Consejo sería inconcebible sin los restantes.

— ¿Y el Consejo de Economía? Pues sin él nadie puede emprender nada grande… — objetó con cautela Oí, un poco turbado, pero sin desconcertarse.

— Eso es cierto, porque la economía constituye la única base real de nuestra existencia. Pero a mí me parece que no tenéis una idea completamente justa de lo que es la supremacía… ¿Habéis estudiado ya la citoarquitectónica del cerebro humano?

Los muchachos contestaron afirmativamente.

Veda pidió una astilla y trazó en la arena los círculos de las principales instituciones dirigentes.

— Mirad, aquí, en el centro, está el Consejo de Economía. Desde él, tracemos unas líneas, sus enlaces directos con sus organismos consultivos: la APA (Academia de las Penas y de las Alegrías), la AFP (Academia de las Fuerzas Productivas), la AGCPP (Academia de las Grandes Cifras y de la Predicción del Futuro) y la APT (Academia de la Psicofisiología del Trabajo). Este trazo lateral es la ligazón con el Consejo de Astronáutica, organismo que actúa de un modo autónomo. De éste parten las rectas de su enlace con la Academia de las Emanaciones Dirigidas y las estaciones exteriores del Gran Circuito. Sigamos…

Veda dibujó en la arena un complicado esquema, y continuó:

— ¿No os recuerda esto el cerebro humano? Los centros de investigación y de estadística son los centros sensorios; los Consejos, los centros de asociación. Vosotros sabéis que toda la vida se compone de la atracción y de la repulsión, del ritmo de las explosiones y de las acumulaciones, de la excitación y de la inhibición. El centro principal de inhibición es el Consejo de Economía, que lleva todo al terreno de las posibilidades reales del organismo social y de sus leyes objetivas. Esta acción recíproca de fuerzas opuestas, convertida en trabajo armónico, es precisamente nuestro cerebro y nuestra sociedad, que avanzan y progresan, tanto el uno como la otra, continuamente. Hubo un tiempo lejano en que la cibernética, o ciencia del mando, podía reducir las más complejas acciones recíprocas y transformaciones a funcionamientos, relativamente simples, de máquinas. Pero a medida que se ampliaban nuestros conocimientos, más complejos se iban tornando los fenómenos y las leyes de la termodinámica, de la biología y de la economía, y desaparecieron para siempre los conceptos simplistas acerca de la naturaleza o de los procesos de la evolución social.

Los chicos eran todo oídos.

— ¿Qué es, pues, lo principal en esta estructuración de la sociedad? — preguntó Veda al admirador de los jefes.

Éste callaba azorado, pero el rubio acudió en su ayuda:

— ¡El progreso! — respondió con valentía, y Veda quedó entusiasmada.

— ¡Esa magnífica contestación merece un premio! — exclamó la historiadora, y, luego de echarse una ojeada, se quitó del hombro izquierdo un broche de esmalte, en forma de níveo albatros sobre un mar azul, y se lo tendió al muchachito en la palma de la mano.

El chico, cortado, vacilaba en aceptarlo.

— Tómalo en recuerdo de nuestra conversación de hoy y… ¡del progreso! — insistió Veda, y el muchachito acabó por tomar el albatros.

Sujetándose la blusa, que se deslizaba del hombro, Veda emprendió el regreso al parque. El broche aquél era un regalo de Erg Noor, y el súbito arranque de entregarlo significaba mucho; entre otras cosas, un extraño deseo de desprenderse cuanto antes de un pasado ya muerto o a punto de morir…

Toda la población de la ciudad escolar se congregó en la redonda sala, situada en el centro del edificio. Evda Nal, vestida de negro, subió al estrado que se encontraba en medio, iluminado profusamente desde arriba, y abarcó con mirada serena las gradas del anfiteatro. Al oír su voz clara, no muy sonora, todos quedaron pendientes de sus labios.

Los altavoces no se utilizaban más que para la técnica de seguridad del trabajo. Y la aparición de los televisores estereofónicos había hecho innecesarios los grandes auditorios.

— Los diecisiete años señalan un gran cambio en la vida. Pronto pronunciaréis las palabras tradicionales en la Asamblea de la región de Irlanda: «Vosotros, los mayores, que me llamáis a la senda del trabajo, recibid mi saber y mis buenos deseos, aceptad mi labor y enseñadme día y noche. Tendedme vuestra ir ano de ayuda, pues el camino es arduo, y yo os seguiré.» Esta antigua fórmula encierra un profundo sentido, del que debo hablaros hoy.

«A vosotros, desde la infancia, os enseñan la filosofía dialéctica, que en los libros secretos de la remota antigüedad se llamaba «El Misterio del Doble». Se consideraba entonces que esa gran ciencia sólo podían poseerla los «iniciados», los poderosos, los hombres de gran fuerza moral y elevado intelecto.

Ahora, vosotros, desde los años mozos concebís el mundo a través de las leyes de la dialéctica, y su potente fuerza está al servicio de todos. Habéis venido al mundo en una sociedad bien constituida, creada por generaciones de miles de millones de innominados trabajadores y luchadores por una vida mejor. Quinientas generaciones han pasado desde que se formaran las primeras sociedades con la división del trabajo. Durante ese tiempo, se han mezclado diferentes razas y nacionalidades. Todos los pueblos han legado a cada uno de vosotros unas gotas de sangre, como se decía antaño, o mecanismos hereditarios, como decimos hoy. Se ha llevado a cabo una gigantesca labor para depurar la herencia de las consecuencias del empleo irreflexivo de las radiaciones, así como de las enfermedades, extendidas anteriormente, que penetraron en sus mecanismos.

«La educación del nuevo ser humano es un trabajo delicado que requiere un análisis individual y un gran cuidado al abordarlo. Han pasado ya, para no volver, los tiempos en que la sociedad no era exigente y se contentaba con gentes educadas de cualquier manera, de un modo casual, y cuyos defectos se atribuían a la herencia, a la naturaleza innata del hombre. Ahora, toda persona mal educada es un reproche para la sociedad entera, un penoso error de una gran colectividad.

«Pero vosotros, que no estáis liberados aún del egocentrismo juvenil ni de la sobreestimación del «yo», debéis imaginaros con claridad cuánto depende de vosotros mismos, hasta qué punto sois los artífices de vuestra propia libertad y del interés de vuestra vida. Tenéis ancho campo para elegir, pero ese libre albedrío entraña también una plena responsabilidad con respecto a la elección del camino. Hace mucho que se desvanecieron los sueños del hombre inculto acerca del retorno a la naturaleza salvaje, de la libertad de las sociedades y relaciones primitivas. Ante la humanidad, que agrupa masas colosales de individuos, se ha planteado un dilema real: someterse a la disciplina social, a una larga educación e instrucción, o perecer. Otros caminos para subsistir en nuestro planeta, a pesar de que su naturaleza es bastante pródiga, ¡no los hay! Los malhadados filósofos que soñaban con la vuelta atrás, a la naturaleza primitiva, no comprendían ni amaban de verdad a la naturaleza; de lo contrario, habrían conocido su crueldad implacable y el inevitable perecimiento de todo lo que no se somete a sus leyes.

«El hombre de la nueva sociedad se encuentra en la necesidad indeclinable de disciplinar sus deseos, anhelos y pensamientos. Esta educación de la inteligencia y de la voluntad es ahora tan obligatoria para cada uno de nosotros como la educación física. El estudio de las leyes de la naturaleza y de la sociedad, así como de su economía, ha reemplazado el deseo personal por el saber consciente. Cuando decimos: «quiero», ello significa: «sé que eso es posible».

«Hace milenios, los antiguos griegos hablaban ya del metron aristas, o sea: la medida es el summun. Y nosotros, desarrollando el aforismo, decimos hoy: el sentido de la medida en todo es el fundamento de la civilización.

«Conforme se elevaba el nivel de la cultura, se iba debilitando la tendencia a la grosera dicha de la propiedad, a la ávida acumulación cuantitativa de bienes que se desvanecen pronto, dejando un sentimiento de insatisfacción.

«Nosotros os enseñamos una dicha mucho mayor: la renunciación personal, la dicha de ayudar a los demás, la verdadera alegría del trabajo que enardece el alma. Os hemos ayudado a liberaros del poder de los mezquinos afanes y de las mezquinas cosas y a elevar vuestras alegrías y vuestras penas a una esfera superior: la de la creación.

«La solicitud por la educación física, la vida limpia y regular de decenas de generaciones os han liberado del tercer enemigo terrible de la psique humana: la indiferencia, el alma vacía e indolente. Llegáis al mundo del trabajo llenos de energías, con una psique equilibrada y sana en la que la correlación natural de las emociones hace que el bien predomine sobre el mal. Cuanto mejores seáis, tanto mejor y más elevada será toda la sociedad, pues en esto existe una estrecha interdependencia. Crearéis un elevado medio espiritual, como partes integrantes de la sociedad, y ella os elevará a vosotros mismos. El medio social es el más importante factor para la educación e instrucción del ser humano. El hombre actual se educa e instruye durante toda su vida, y el ascenso de la sociedad es rápido.

Evda Nal hizo una pausa y se alisó los cabellos con el mismo ademán que Rea, la cual permanecía sentada sin apartar los ojos de la madre; luego prosiguió:

— Hubo un tiempo en que las gentes denominaban sueños a los anhelos de conocer la realidad del mundo. Vosotros soñaréis así toda la vida y tendréis el gozo del conocer constante, del movimiento, la lucha y el trabajo. No os preocupéis de esos descensos que siguen a los altos vuelos del alma, son las curvas naturales de la espiral del movimiento, como ocurre en toda la materia restante. La realidad de la libertad es dura, pero vosotros estáis preparados para ella merced a la disciplina de vuestra educación e instrucción. Por eso, a vosotros, jóvenes conscientes de la responsabilidad, os están permitidos todos los cambios de actividades, que es lo que constituye precisamente la felicidad personal. Los viejos sueños de la plácida inacción del paraíso han sido desmentidos por la historia, pues son contrarios a la naturaleza del ser humano combatiente. Cada época ha tenido y seguirá teniendo sus dificultades, pero la dicha de toda la humanidad es el ascenso, continuo y rápido, hacia las cimas, cada vez más altas, del saber y de los sentimientos, de la ciencia y del arte.

Terminada su conferencia, Evda Nal bajó del estrado y se dirigió hacia las primeras filas, donde Veda Kong la saludaba igual que ella había saludado a Chara en la fiesta.

Todos los presentes, en pie, repetían aquel mismo ademán, como si quisieran expresar su entusiasta admiración a un arte sin precedente.